En este cuento se destaca claramente la
discriminación que sufren Clara y el otro pasajero cuando se toman el 168 y
notan que todos los demás pasajeros lo miran de forma despectiva ya que no
llevaban consigo un ramo de flores y no iban a Chacarita. No solo los
pasajeros, sino también el chofer del colectivo y el guarda. Cuando Clara y su
“acompañante” bajan en Retiro, al sentirse observados por el resto de los
viajantes que se bajaron en Chacarita, deciden comprar un ramo de flores cada
uno para sentirse iguales al resto.
El colectivo en el que transcurre lo narrado por Cortázar |
(…)”Entonces
vio que el guarda la seguía mirando. Y en la esquina del puente de Avenida San
Martín, antes de virar, el conductor se dio vuelta y también la miró, con
trabajo por la distancia pero buscando hasta distinguirla muy hundida en su
asiento. Era un rubio huesudo con cara de hambre, que cambió unas palabras con
el guarda, los dos miraron a Clara, se miraron entre ellos, el ómnibus dio un
salto y se metió por Chorroarín a toda carrera. (…)Ocupada en guardar su boleto
en el monedero, observó de reojo a la señora del gran ramo de claveles que
viajaba en el asiento de adelante. Entonces la señora la miró a ella, por sobre
el ramo se dio vuelta y la miró dulcemente como una vaca sobre un cerco, y
Clara sacó un espejito y estuvo en seguida absorta en el estudio de sus labios
y sus cejas. Sentía ya en la nuca una impresión desagradable; la sospecha de
otra impertinencia la hizo darse vuelta con rapidez, enojada de veras. A dos
centímetros de su cara estaban los ojos de un viejo de cuello duro, con un ramo
de margaritas componiendo un olor casi nauseabundo. En el fondo del ómnibus,
instalados en el largo asiento verde, todos los pasajeros miraron hacia Clara,
parecían criticar alguna cosa en Clara que sostuvo sus miradas con un esfuerzo
creciente, sintiendo que cada vez era más difícil, no por la coincidencia de
los ojos en ella ni por los ramos que llevaban los pasajeros; más bien porque
había esperado un desenlace amable, una razón de risa como tener un tizne en la
nariz (pero no lo tenía); y sobre su comienzo de risa se posaban helándola esas
miradas atentas y continuas, como si los ramos la estuvieran mirando.”
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