Julio Cortázar narró este cuento, destacando tres
puntos importantes:
No existe ninguna prueba textual, dentro del cuento, como para afirmar la veracidad de la descripción de los narradores. Hay más de una ocasión en que las pruebas demuestran que el narrador no cuenta con toda la información de la que habla, y evidentemente está mintiendo o inventando.
No existe ninguna prueba textual, dentro del cuento, como para afirmar la veracidad de la descripción de los narradores. Hay más de una ocasión en que las pruebas demuestran que el narrador no cuenta con toda la información de la que habla, y evidentemente está mintiendo o inventando.
Para el escritor y el fotógrafo el juego consiste en capturar una realidad
móvil y cambiante, la cual se vierte en una fotografía que es fija y petrificada.
El personaje central es Roberto Michel. También aparecen la mujer rubia, el chico y el hombre de sombrero gris. Las nubes, los pájaros, así como todo el cuento representan un mundo ambiguo dentro del otro de acuerdo al punto de vista de quien relate.
Este modelo de ficción construye la realidad literaria con la imaginación modelable del protagonista. En el proceso de lectura, «Las babas del diablo» sobrepasa esta realidad identificable, pues nos habla de lo que debiera existir, “El muchacho acabaría por pretextar una cita, una obligación cualquiera, y se alejaría tropezando y confundido, queriendo caminar con desenvoltura”. La estructura del relato nos presenta una dualidad (un personaje muerto y vivo a la vez) en la que tal personaje debe representarse a sí mismo, como si de un sueño se tratara, y en la que el primer Michel se destacaría por ser el que fantasea, mientras que el segundo Michel, por ser el que actúa en la imaginación del primero. El protagonista se disfraza de sí mismo con el fin de trascender más allá del relato, es decir, transformarse y erigirse escritor de la historia, narrador y personaje a un tiempo para ser creador, observador y promotor del desenlace imprevisto. Se podría decir que Michel emplea la mentira para descubrir realidades escondidas. En este cuento, él se pregunta la razón por la que debe contar lo sucedido aquel domingo de noviembre, pero no sabe cómo narrarlo, desde qué lugar situarse o qué punto de vista escoger, “...ya que vamos a contarlo pongamos un poco de orden, bajemos por la escalera de esta casa hasta el domingo 7 de Noviembre”.
Cortázar siempre buscó, incansablemente, novedosas formas de narrar, algo que forma parte de su análisis de la propia creación e interpretación literaria. Fue un explorador de sistemas narrativos, sin fijarse en fórmulas estáticas, sino investigando en nuevos espacios del inconsciente. Hay que destacar que en el cuento siempre repite la palabra nube, “Ahora pasa una gran nube casi negra”. El personaje Michel muerto habla mucho sobre las nubes y a veces de pájaros que pasan y hasta una singular pequeña nube esponja, “Ahora asoma una pequeña nube espumosa, casi sola en el cielo”. Esto demuestra que el Michel muerto predomina sobre el vivo, influye en él, ya que mientras el vivo esta narrando el otro lo interrumpe. El lector entonces siente la distancia entre su realidad y la escrita, entre su fantasía cotidiana y la fantasía que nos ha querido mostrar el autor. Esta distancia quizá resida también en la realidad tan particular de Cortázar, tal vez una posibilidad del fenómeno que llamamos literatura.
En el cuento el personaje-protagonista es un
traductor, además de fotógrafo aficionado, que enmarca la historia en la
técnica del bromuro de plata, como si únicamente la ampliación fotográfica
realizada por él en su estudio repitiese mecánicamente lo que nunca más podrá
repetirse existencialmente. Al fijar la ampliación en la pared del salón,
Michel se sorprende cuando sentado en su silla comprueba que si mira de frente
desde tres metros de distancia a la foto, sus ojos repiten la visión de la
cámara fotográfica, “…nunca se me hubiera ocurrido pensar que cuando miramos
una foto de frente, los ojos repiten exactamente la posición y la visión del
objetivo”. En un principio, observa el cuadro («el árbol, el pretil, el sol de
las once») al igual que las tomas de la Conserjería , esperando, sentado en el pretil,
para sacar una fotografía pintoresca en un rincón de la isla a una pareja nada
común. Pero él sabía que el fotógrafo opera siempre como una permutación de su
manera personal de ver el mundo por otra que la cámara le impone insidiosa. Él
va hacia la escena. Michel, cuando revela las fotos, se da cuenta de que el
negativo es demasiado bueno para olvidarse de él, así que prepara una
ampliación, pero la ampliación es tan buena que no se resiste a hacer una
ampliación mucho más grande, fijarla en una pared del cuarto y observar la
imagen fotográfica, en esa operación comparativa y melancólica del recuerdo
frente a la perdida realidad.
Roberto Michel se desdobla, se disfraza y transforma en objeto creador de ficción que descubre realidades escondidas. Rompe las barreras de lo inverosímil para que el orden de lo establecido se invierta. Los que están muertos (el chico, la mujer rubia, el hombre del periódico) se mueven, mientras el vivo, narrador de la escena, se torna prisionero de otro tiempo, de una habitación en un quinto piso, de no saber quiénes eran esa mujer, ese hombre y ese niño, de ser como la lente de una cámara Contax, algo rígido e incapaz de intervenir.
Finalmente, Michel cierra sus ojos y apenas cubre su rostro se pone a llorar desconsoladamente, desde el mundo (real o irreal) de la imagen, “…no quise mirar más, y me tapé la cara y rompí a llorar como un idiota”. Ha logrado, por segunda vez, que el chico se libere de su andamiaje de baba y perfume, de deseo y miedo, infligido por la mujer rubia y, en cierto modo, por el hombre de sombrero gris. El protagonista devuelve al muchachito a su paraíso precario, a su vida de adolescencia metódica. De esta manera, todos los obstáculos y soluciones del cuento, un mundo intrincado de realidades paralelas, recubierto por el bordado mágico del surrealismo fantástico, posee infinitas interpretaciones, pero un único final. Michel, desde un principio lo que nos está mostrando es la creación literaria que envuelve el mundo de la ficción, “…si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección”. La elección insegura del narrador, la advertencia de un tiempo convenido por el protagonista, el espacio tan estrecho como el marco de una fotografía y su increíble transformación no son más que los efectos de la imaginación de un escritor en busca del cuento. La increíble transformación no son más que los efectos de la imaginación de un escritor en busca del cuento.
Roberto Michel se desdobla, se disfraza y transforma en objeto creador de ficción que descubre realidades escondidas. Rompe las barreras de lo inverosímil para que el orden de lo establecido se invierta. Los que están muertos (el chico, la mujer rubia, el hombre del periódico) se mueven, mientras el vivo, narrador de la escena, se torna prisionero de otro tiempo, de una habitación en un quinto piso, de no saber quiénes eran esa mujer, ese hombre y ese niño, de ser como la lente de una cámara Contax, algo rígido e incapaz de intervenir.
Finalmente, Michel cierra sus ojos y apenas cubre su rostro se pone a llorar desconsoladamente, desde el mundo (real o irreal) de la imagen, “…no quise mirar más, y me tapé la cara y rompí a llorar como un idiota”. Ha logrado, por segunda vez, que el chico se libere de su andamiaje de baba y perfume, de deseo y miedo, infligido por la mujer rubia y, en cierto modo, por el hombre de sombrero gris. El protagonista devuelve al muchachito a su paraíso precario, a su vida de adolescencia metódica. De esta manera, todos los obstáculos y soluciones del cuento, un mundo intrincado de realidades paralelas, recubierto por el bordado mágico del surrealismo fantástico, posee infinitas interpretaciones, pero un único final. Michel, desde un principio lo que nos está mostrando es la creación literaria que envuelve el mundo de la ficción, “…si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección”. La elección insegura del narrador, la advertencia de un tiempo convenido por el protagonista, el espacio tan estrecho como el marco de una fotografía y su increíble transformación no son más que los efectos de la imaginación de un escritor en busca del cuento. La increíble transformación no son más que los efectos de la imaginación de un escritor en busca del cuento.
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