Cortázar relata en este breve texto la capacidad
para fascinarse con cosas cotidianas o con cosas extraordinarias, sin ningún
fundamento más que su propio entusiasmo. Y es lo que él denomina ser idiota,
porque siempre hay alguien que te dice que te bajes de la nube, que eso no es
para tanto o que no vale nada, porque ellos saben de lo que hablan, y que es
una inmadurez emocionarse con algo que no es artísticamente reconocido, como
bien dicen su amigo y su mujer (no se lo dicen a él, pero critican la obra de
teatro).
“Ahora
que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por
cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que
verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua”.
Como dice Cortázar, la gente entendida en materia
seguramente tendrá cuantiosas razones para criticar el entusiasmo de alguien
ante una “nimiedad”, pero cuando la belleza aparece ante los ojos de alguien,
cuando se remueve algo por dentro y sabemos explicar qué emociones nos produce
lo que vemos, es porque tenemos un criterio idiota que nace de adentro.
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